Griñán y Zoido, precisamente en una ronda de diálogo ya olvidada el pasado julio. |
Los periodistas solemos tener
poca memoria. No por una maldición bíblica, sino porque recibimos, resumimos e
interpretamos diariamente tal cantidad de datos que necesitaríamos mil megas en el cerebro para almacenarlos. Los políticos lo saben, y se
aprovechan. De modo que repiten tan frescos consignas y estrategias
periódicamente, con escaso temor de que algunos de nosotros disponga de un hueco (yo
ahora tengo uno bien gordo), se nos ilumine la bombilla y les saquemos los
colores. Aunque con Internet y Google están más desnudos: un par de
teclazos, y zas, el plagio (o autoplagio) al descubierto.
La introducción viene al caso porque, una vez
más, asistimos en Andalucía a la oferta cruzada de pactos entre los partidos
mayoritarios para dar la sensación de hiperactividad, después de que la encuesta del IESA reflejara que los ciudadanos perciben a los políticos como
seres incapaces de resolver sus problemas. José Antonio Griñán propuso un
acuerdo en julio, y ahora Juan Ignacio Zoido le responde con otro, acuciado,
además, por la necesidad de hacer ver que la oposición, pese a las apariencias,
no se ha licuado. Si prospera, en breve tendremos una secuencia de reuniones de
ida y vuelta que enredan sobradamente a los medios y rellenan espacio, pero que son casi
tan fútiles como aburridas.
Sin remontarse muy atrás (material, hay), recuérdese el ruido que generó hace dos años el alumbramiento del llamado “pacto
anticrisis” de Griñán y Arenas –con Valderas, sindicatos y patronal como actores
secundarios--, un trabajoso parto cuya criatura (que pesaba 53 medidas) pasó enseguida a la inclusa del olvido. El Ejecutivo andaluz objeta que ha activado varias políticas, aunque, en cualquier caso, para hacerlo no
había necesidad de consenso generalizado y aún menos de tamaña difusión. Encima, el intento venía precedido con mucha inmediatez de una ronda de conversaciones que había corrido similar suerte, con
62 puntos iniciales que menguaron a una veintena.
Repasemos el itinerario: envío de iniciativas, elección de los negociadores, constitución de la mesa de trabajo y el
mencionado rosario de los encuentros que van y vienen --y vienen y van--,
animado con el intercambio de decálogos, que si se enuncian con donosura dan
algo de color. Eso, sin contar con los prolegómenos de frases desafiantes a ver
quién dialoga más, es más sacrificado, más desprendido, y consigue mostrar
mayor indiferencia ante los mundanales focos de las cámaras, como
si la insaciabilidad hagiográfica de los políticos fuera una maledicente leyenda
urbana.
Esto del pacto en beneficio
de la sociedad (y sin intenciones partidarias o electorales de ninguna clase)
es un ardid muy socorrido para cambiar el paso --pero no el único: Manuel
Chaves convocaba comités de expertos cuando se le enquistaba un problema--.
El ciudadano acaba por desengancharse, hastiado del soporífero bla-bla-bla. Sin
embargo, la inundación de carencias que ha provocado la crisis económica ha
alcanzado un nivel tal (cubre a una buena parte de la población), que en esta
ocasión el motivo de la desconexión puede que no sea precisamente el tedio,
sino el desaliento, la indignación y hasta la rabia de ver un nuevo espectáculo
del manejo sublime que a veces exhiben los políticos en el arte del mareo de la
perdiz. Al presidente de la Junta le corresponde sugerir acuerdos, lo mismo
que al jefe de la oposición; pero hay que tener cuidado con los artificios de
tacticismo y el abuso de las jugadas cortas (también de miras). Si negocian,
que sea verdad. Está muy documentado que el ajetreo de reuniones que van y
vienen –y vienen y van-- termina siendo un paná de enorme bombo, y no es el
momento de jugar a los pactos de nunca acabar. Digo yo.
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