domingo, 23 de diciembre de 2012

De la abominación del feminismo


Niñas "diferenciadas" (que no segregadas por su sexo) en los años 20, como diría ahora el ministro Wert.
Uno de los rasgos distintivos de la regresión que padecemos es la abominación rampante del feminismo. Ya antes de desplomarse la economía, un movimiento neomachista trabajaba denodadamente para asentar la idea de que las feministas son una panda de fanáticas con predisposición al disparate, que andan sacando todo de quicio y empujando al varón a la marginación más absoluta, a lugares residuales de la sociedad, cuando no al irremediable suicidio, como sostenía tan ricamente –no sé si aún lo hace-- algún juez que iba de arrojado héroe de la causa. Aunque ahora casi no hace falta abanderar nada, cualquier concepto o queja con tintes feministas han sido succionados por la prioridad de la crisis. Hasta los clérigos, tan prácticos siempre,  han conseguido sin apenas resistencia que se recule en la escuela 30 años, con el soporte de la cruzada a la estrafalaria doctrina de la “ideología de género”, que consiste en combatir con remilgados eufemismos todo lo que huela a igualdad. Porque les viene mal para sus tingladillos, fundamentalmente.

   El papel envolvente del retroceso es un engañoso sentido común. El primer paso es desvirtuar el término feminismo --al que arteramente se le añade el adjetivo “radical” para dar sensación de desmesura-- y presentarlo como un antónimo de machismo. El siguiente paso es el resultado lógico del silogismo: ponerse en plan ecuánime e invocar la supuesta sensatez de una equidistancia imposible. El machismo --en sus muchos grados, desde el más tosco desprecio a las mujeres hasta sutiles vericuetos donde se disfraza, a la postre, una posición de ventaja masculina--  básicamente predica la inferioridad de la mujer, a la que se le niegan derechos civiles y humanos, en los casos más sangrantes (véase la legislación de multitud de países y la propia de España de anteayer), o se le adjudica un papel secundario, de comparsa, de complemento, subsidiario. Menor al fin.

  El feminismo defiende la igualdad plena de ambos sexos en todos los ámbitos, gozada con perfecta naturalidad. Es decir, el feminismo es precisamente el punto neutro, intermedio. El extremo del machismo sería un movimiento hembrista que perseguiría el dominio de la mujer y la sumisión del varón. Por eso es imposible la equidistancia entre machismo y feminismo, una posición intermedia sería siempre un machismo más o menos atenuado, ya que el feminismo (que busca la igualdad) es el centro. Todo esto es una obviedad, elemental, debería estar superado, pero no lo está. Por chocante que parezca, hay que explicarlo, y últimamente mucho. La campaña desplegada por el también llamado postmachismo ha sido superefectiva y, sorprendentemente, hemos tenido que retornar al principio. De tarea: definir feminismo.

  Hay otras maneras de desandar y hacer trizas conquistas que han costado tanto esfuerzo, vidas incluso, porque en los derechos de la mujer, como en la mayoría de los avances sociales, nada se ha regalado. Caricaturizar al feminismo, ridiculizarlo, ha sido siempre una táctica muy eficaz para zafarse de molestos reproches y campar a las anchas por cómodas segregaciones sin que nadie se atreva a ponerlo en cuestión. De este modo, se puede navegar tranquilamente por aguas donde los varones son los predilectos, donde la normalidad es la condescendencia con las posturas misóginas, donde se toleran comentarios hirientes y las protestas se despejan como una salida de tono de maníacas aguafiestas sin la menor cintura.

  Para sacudirse la fastidiosa observancia de la justicia de género se usa igualmente la trampa de asociar el feminismo con mujeres redichas y obsesivas, paranoicas, antipáticas y amargadas, que rechazan a los hombres porque no logran atraer su atención. Convertir en patología la demanda del adversario es un recurso muy socorrido. Lo descorazonador es que entre algunas mujeres funciona: unas se confunden, se desorientan ante tantos referentes negativos; otras se dejan intimidar y reniegan del feminismo para gustar, para conectar y no ser rechazadas, para conseguir la aprobación de los hombres. "Yo no soy feminista de esas", aseveran, en tono digno y solemne. ¿De esas? ¿De las que salían a la calle y eran denigradas (en ocasiones, encarceladas) para que ahora las mujeres les miremos con desdén como si fueran un atavismo? ¿Y qué se debe ser? ¿Medio machista?  ¿Medio feminista? ¿Cómo puede decir una mujer en sus cabales que no es feminista?

   La olvidada María Lejárraga escribió a principios del siglo pasado --aunque el apunte lo firmó su marido, Gregorio Martínez Sierra (las literatas eran esquinadas y algunas se veían obligadas a hacer de ventrílocuas para que se les oyera)--, que las mujeres deben ser feministas como los militares son militaristas o los reyes son monárquicos. Si no lo son, van contra sí mismas. De tarea: definir feminismo.

3 comentarios:

  1. Te felicito por tu entrada y me felicito por haber encontrado tu blog.

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  2. Me ha gustado mucho esta entrada y debería servir de referente para muchos. Elena Manzano me llevó a leerte, además, me habló justo de esta entrada en la cual aclaras los términos confusos de "feminismo" y "hembrismo". Yo, hasta este curso confundía estos términos pero una muy buena compañera mía me lo aclaró tras realizar un trabajo sobre el periodismo y las diferencias que hay en la profesión entre cargos de mujeres y hombres.
    Un saludo.

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  3. Tal vez la nueva solución sea defender los mismos principios feministas, la misma igualdad, sin llamar a esa defensa igualitaria bajo el nombre de “feminismo”. Así, los neo-machistas no podrán alegar que las exigencias sociales de igualdad en realidad promueven la supremacía femenina.

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