Cartel de Iberia que mata dos pájaros de un tiro. |
Esto, sostenido en el tiempo,
en los citados 30 años que tanto mentaron los conservadores en la pasada
campaña electoral, ha hecho mella. Porque en boca de líderes foráneos que
hablan de oídas, y con la urgencia de salir de un entuerto, deviene en la rica
antología de vituperios que padecemos los andaluces, como que nuestros niños
son prácticamente analfabetos, que en la escuela se arrastran por los suelos,
que tenemos un acento de chiste o que somos capaces de convertirnos en gallinas
con tal de que nos ceben con subvenciones. No sé si hay otra forma de hacer
oposición, igual no, pero lo cierto es que el inventario negativo del PP
andaluz para erosionar a los ejecutivos de la Junta sirve de combustible a incendiarias
soflamas, no únicamente por parte de dirigentes populares, también de tipos como Duran
Lleida, a quien gusta lanzar desdeñosos comentarios desde su silla regia del
Palace.
El prejuicio hacia Andalucía
del resto del país ni es nuevo ni patrimonio del PP. Hay que ser justos. Viene
de muy antiguo, lo mismo que la apropiación indebida de su identidad, adulterada
en ese sucedáneo idiota y kitsch que es mayormente la estampa de España en el
extranjero. Curiosamente, los topicazos se trasponen, de modo que la fotografía
folclórica de los andaluces es la misma que trasciende de la piel de toro fuera de nuestras fronteras. Este
verano muchos que practican la degradación antropológica del indolente sur han
bebido grandes dosis de su propia medicina. Explotaron las astracanadas de
Sánchez Gordillo y sus tradicionales ocupaciones estivales hasta que se le fue
de las manos –es lo que tiene la era global— y Gordillo resultó erigido Robin Hood oficial en la prensa internacional.
Entonces sí, eso son palabras mayores, entonces los aspavientos y artículos de
repulsa fueron catarata. Ahí se había tocado el orgullo patrio.
Es llamativo el
empecinamiento de dejar a Andalucía eternamente detenida en el tiempo, y no creo que sea por un arrebatado impulso romántico. Me
contaba el corresponsal de un diario catalán que no había manera de que le
compraran un avance científico o tecnológico, y si colaba uno es porque algún
preboste del ramo descubría que se había conseguido primero en Barcelona. Sin ir
muy lejos, en el periódico donde he trabajado hasta el 13 de noviembre pasado
costaba Dios y ayuda vender noticias de modernidad para las páginas nacionales.
Les parecía (les parece) más de suyo una epidemia aparatosa, un buen crimen con tintes tremendistas a lo Pascual Duarte, o
una movilización obrera reclamando pan, si podía ser con estética de jornaleros
irredentos, que se ajusta mejor al esterotipo.
De vuelta al PP y su expeditiva
estrategia de dilapidar el crédito de Andalucía para hacer saltar su Gobierno,
es preciso recordar que ha tenido mucho que ver en la magnificación del PER y
la leyenda de los subsidios. Desesperados ante la inquebrantable mayoría de los
socialistas, elección tras elección, en la década de los
noventa los populares andaluces dieron con una excusa para justificar ante la dirección nacional la
fidelidad al PSOE en las zonas rurales: la teoría del voto cautivo. Consistía en atribuir el
predominio de sus rivales a las presuntas prebendas recibidas de
la Junta y el pago a discreción de subvenciones, con el mitológico PER a la
cabeza. Hizo fortuna y todavía perdura de Despeñaperros para arriba, si bien decenas de veces se ha demostrado con datos que no es precisamente
Andalucía la que lidera este ranking. Cuando aquí este recurso se puso rancio y, en consecuencia, poco creíble, el PP
de Javier Arenas acuñó un nuevo concepto, “el régimen”, en alusión, según sus
palabras, a la “ocupación del PSOE de las instituciones andaluzas”.
Es delicado jugar con estas
cosas porque casi siempre se vuelven en contra, y después cuesta sudores deshacer
una imagen tan asentada. El mismo Arenas, en la
recta final de su campaña, seguro en ese momento de que ganaría, intentó volver
por pasiva lo dicho, con la habilidad marca de la casa. Reivindicó el
PER –reclamó su maternidad para la UCD, a la que él perteneció- y se quejó con desgarro de la mala imagen que
daba el caso de los ERE, que personalmente había ordenado difundir aderezado con
los condimentos de juerga y cocaína, y sobre el que giraba el grueso de su
mensaje electoral. Parecía que la formación conservadora iba a levantar por fin
el pie, pero la comunidad se mantuvo como territorio comanche.
Probablemente el PP de Juan
Ignacio Zoido esté atrapado en la servidumbre de la defensa al
Gobierno central de su partido y no disponga de sobrados recursos. Pero debería tratar de afinar más y apuntar solo al PSOE en lugar de barrer a cañonazos la
reputación de Andalucía. Los afectados somos todos y nunca se sabe.